viernes, 16 de julio de 2010

La Palabra de Dios, la medicina para nuestra vida

La meta de la nueva vida en Cristo es que los hijos de Dios exhiban la “melodía y armonía” de Dios en su conducta de vida. Pero, ¿Qué melodía? Pues, la canción del Dios de justicia. Y ¿Qué armonía? Pues, la armonía entre la justicia de Dios y nuestra obediencia.

Únicamente andando en la maravillosa ley de Dios podemos estar seguros de nuestra adopción como hijos del Padre. La ley de Dios contiene en sí misma la dinámica de la nueva vida por medio de la cual Dios restaura Su imagen en nosotros; pero por naturaleza somos perezosos y negligentes, por lo cual necesitamos la ayuda y el estímulo de un principio que nos guíe en nuestros esfuerzos.

Ese estimulo debiera de ser el buscar la sabiduría que solo viene del conocimiento que tengamos de Dios y su palabra. Casi toda la suma de nuestra sabiduría o conocimiento, que de veras se deba tener por verdadera y sólida, consiste en dos puntos muy importantes a tener en cuenta: el conocimiento que el hombre debe tener de Dios y el conocimiento que debe tener de sí mismo.

Pero, como estos dos conocimientos están muy unidos y enlazados entre sí, no es cosa fácil distinguir cuál precede y origina al otro, pues en primer lugar, nadie se puede contemplar a sí mismo sin que al momento se sienta impulsado a la consideración de Dios, en el cual debiera vivir y moverse; porque nadie debiera de dudar que los dones, habilidades o bienes que poseamos no son en manera alguna nuestros, y aún más, el mismo ser que tenemos y lo que somos no consiste en otra cosa sino en subsistir y estar apoyados en Dios. Además, no olvidemos también que todo lo bueno que podamos poseer, es como gota a gota que descienden sobre nosotros del cielo, y que nos encaminan como arroyuelos a la fuente.

Por la misma caída y transgresión del hombre, nos obliga a levantar los ojos arriba, no solo para que como seres hambrientos pidamos de allí lo que nos haga falta, sino también para que, aprendamos humildad para poder, por lo menos, alcanzar algún conocimiento de Dios.

Así, por el sentimiento de nuestra ignorancia, vanidad, pobreza, enfermedad, egoísmos, envidias y finalmente perversidad y corrupción propia, reconocemos que en ninguna otra parte, sino en Dios, hay verdadera sabiduría, firme virtud, perfecta abundancia de todos los bienes y pureza de justicia para limpiar y sanar nuestras vidas.

Un sincero arrepentimiento de corazón no garantiza que no nos desviemos del camino recto, y es más, muchas veces nos encontraremos perdidos, perplejos y hasta desconcertados por nuestra propia naturaleza pecaminosa.

Busquemos pues, en la palabra de Dios, los principios fundamentales para sanar, reforzar y encauzar nuestras vidas hacia la fuente de toda vida, Dios.

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