lunes, 26 de julio de 2010

La Salvación por fe, a todos los hombres. Romanos 1:16-17 (2da. parte)


El MEDIO de la Justificación.

Ya hemos hablado anteriormente, que el pecador obtiene la justicia de Dios, por medio de la fe, o sea que nadie puede ser justificado sino por la fe, pero, sin embargo, nadie es justificado sobre su fe. Para explicar lo anterior, debemos de tener en cuenta que la fe, en sí misma, no salva al pecador, ya que solo lo salvara sí y solo sí, le lleva a Cristo, que es quien le salva, lo que nos lleva a concluir, que aún cuando la fe es un medio necesario para la justificación, no es en sí misma la causa o la base de la justificación.

Para aclarar mas este punto, se puede decir que Pablo, nunca está diciendo que los creyentes son justificados por causa de su fe, ya que si la fe fuera la base de la justificación, la fe se convertiría entonces en una obra meritoria para el creyente, con lo que el evangelio se basaría en una justificación por las obras del creyente, algo que Pablo rotundamente niega (Rom. 4:4; 11:6; Gal. 5:1-12). Realmente Pablo considera la fe, no como la causa de la justificación, sino que, más bien la ve como la mano vacía del pecador, extendida, que recibe la justicia de Dios, gratuitamente, al recibir a Cristo.

La fe, no es algo que pueda ya estar en el alma de cada uno de nosotros, que solo se necesite ser dirigida hacia Cristo, para que la misma pueda ser efectiva en uno mismo, sino que al contrario, esta es creada en el alma nuestra por el Espíritu Santo, cuando nacemos de nuevo, en Cristo. La fe no es algo que el hombre pueda darle o regalarle a Dios, muy al contrario es, el regalo de Dios para el hombre.


B. La salvación al hombre sin excepción

La salvación del hombre caído, por medio de la única condición de la fe en Cristo, es dada a todos los hombres sin excepción alguna, judíos o no judíos (gentiles). Esto era algo difícil de entender por los grandes maestros del judaísmo, ya que muchos de estos judíos, creían que Dios mostraría su misericordia y amor, solamente al pueblo de Israel. Si alguno que no fuera del pueblo de Israel, algún gentil, quería ser salvo, según su entendimiento, los judíos pensaban que el mismo debía de someterse a la ley de Moisés, debiendo de ser circuncidado, y por consiguiente, convertirse en miembro del pueblo judío, para que con esto Dios pudiera salvarle.

Al contrario, Pablo nos muestra que esto no es así, ya que todo aquel que cree en el evangelio, sin distinción de raza y sin distinción de cualquiera otra cosa, tiene la promesa de la salvación, que es en Cristo Jesús.

Esto, como que no era algo nuevo que se estuviera predicando, o que Pablo fuera el primero en predicarlo. Lo mismo ya se había enseñado en el Antiguo Testamento, algo que Pablo tiene muy presente, ya que para sentar la base de la doctrina de la justificación por la fe, que como ya lo hemos dicho anteriormente, es la base del evangelio y tema de esta carta a los romanos, Pablo cita a Habacuc 2:4.

Pero antes de desarrollar el tema de la justificación por la fe, Pablo, desde el versículo 1:18 hasta el versículo 3:20, nos muestra el hecho que todos los hombres son pecadores, que ni uno sólo puede llegar a ser justificado por una obediencia personal a la Ley. El hombre puede buscar de muchas maneras estar en una correcta relación con Dios, pero con sus obras no podrá nunca poder hacerlo, será solamente por su absoluta fe en el amor de Dios, demostrada por la obra de Jesucristo su hijo, que hará posible que el hombre, no importando su nacionalidad, entra en esa estrecha relación con Dios.


Conclusión

Para concluir este tema, debemos de tener en cuenta, el no confundir la justicia que nos fue dada, o imputada, la cual hemos recibido por la fe, con “actos, u obras personales” de justicia que algún creyente pudiera hacer, como resultado de la obra del Espíritu Santo, que habita en sus corazones al momento de haber creído en Cristo. Estas obras personales, no le añaden nada o le dan valor a nuestra justificación.

La justicia por la cual hemos sido justificados, no es algo que nosotros hayamos hecho por nosotros, o algo que de nuestro interior hayamos hecho crecer o dirigir, sino que, muy al contrario, fue algo que se hizo para nosotros y se nos fue imputado.

Es la obra que Cristo hizo, y al mismo tiempo sufrió para satisfacer las demandas de la ley, que somos justificados. Es por su sangre derramada, por su muerte, por su obediencia, que somos hechos justos en El, y somos justificados por El.

La justicia de Dios, revelada en el evangelio, por el cual somos hecho justos, es la justicia perfecta de Cristo, que cumple completamente todos los requisitos de la ley a la que todos los hombres están sujetos y la que todos los hombres han quebrantado.

Para tratar de ejemplificar lo anteriormente escrito, veamos el siguiente caso: Supongamos que hemos sido encontrados culpables de un gran delito en un proceso judicial, y el juez nos ha condenado a la pena de muerte, por este delito. No tenemos ya nada que apelar, pues todos los recursos han sido agotados, solamente esperar que la sentencia sea ejecutoriada. Pero, cuando ya no teníamos esperanza alguna, el juez nos indica que nos da una medida sustitutiva para evitar la pena de muerte, y nos concede una fianza para salir libres. Pero de nuevo, recibimos una nueva desilusión, al comprobar que la fianza es demasiada elevada, y que no tenemos con qué pagarla, ni trabajando día y noche toda nuestra vida, podemos llegar a pagarla. Y de repente, el juez hace una excepción y nos da otra salida, y nos dice que él nos dará con que pagar esta fianza tan grande, y lo hará de una manera gratuita, que lo único que tenemos que hacer es…aceptar dicha oferta. Oh, qué alegría, el juez nos ha dado con que pagar la fianza para que salgamos libres!!

Como nos sentiríamos, si nos pasara algo parecido? No estaríamos sumamente felices y agradecidos con el juez?

Pero nuestra felicidad, no nos deja ver, que aunque somos libres de muerte, también somos o nos hemos convertido en deudores del juez que pago la fianza por nosotros verdad?

Que nos queda por hacer?

Si somos consientes de esto, lo que nos queda por hacer es pues, pagar de alguna manera la deuda, con alguna obra de agradecimiento por haber sido liberados de una muerte segura.

En eso nos hemos convertido, todos aquellos que hemos sido justificados por la fe en Cristo. Ahora somos deudores de Él, para toda nuestra vida…hagamos entonces obras de agradecimiento mientras vivamos.

Dios les bendiga.

lunes, 19 de julio de 2010

La Salvación por fe, a todos los hombres. Romanos 1:16-17

Introducción

Muchas veces hemos oído acerca de que hemos sido salvos por fe, que hemos sido justificados y que no importa que seamos gentiles y no judíos, somos igualmente salvos. Cuando queremos profundizar acerca de este tema, no podemos dejar de leer la carta que el apóstol Pablo escribió a los romanos. Es por eso que, en este estudio, se abordara el abordara el tema, buscando la base legal o jurídica, por la cual nos podemos sentir justificados por Dios, libres de toda condenación, aunque seamos merecedores del castigo por nuestros pecados, la muerte.

Es indiscutible que la Carta a los Romanos del apóstol Pablo es muy diferente a otra de sus cartas. Cuando Pablo escribió la carta a los “Romanos”, se estaba dirigiendo a una iglesia, en la que no había participado en su fundación, ni había tenido contacto personal con alguno de sus miembros. Esto explicaría la razón, de por qué en Romanos hay tan pocas alusiones a los problemas prácticos que abundan en las otras cartas escritas por el apóstol Pablo. Romanos, a primera vista, parece ser una carta mucho más impersonal, y es la que más se parece a un tratado teológico, por así decirlo.

Pablo, en casi todas las otras cartas, estaba escribiendo para: tratar algún problema inmediato, alguna situación apremiante, algún error que se estuviera cometiendo, de algún peligro amenazador a la iglesia que estuviera por suceder. Por eso, se puede concluir entonces, que Romanos es la carta del apóstol Pablo, que más se acerca a una exposición sistemática de la posición teológica que le fue dada, independientemente de cualquier problema o circunstancia que se estuviera dando en la iglesia en Roma.

El Tema de la carta a los Romanos: 1:16-17

"Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios
para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego.
Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe,
como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá."

En los primeros quince versículos del primer capítulo de la carta a los Romanos, el apóstol Pablo, se ha presentado, ha dado saludos como una gran introducción de esta carta, como tratando de atraer la atención a los destinatarios de su carta, pero no es hasta estos dos versículos 16 y 17, que ahora Pablo enuncia el tema de esta preciosa carta.

En esta pequeña porción, de más que dos versículos, contienen la quintaesencia del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo.

Las dos doctrinas principales que se pueden encontrar en esta carta a los Romanos, se presentan en estos dos versículos 16 y 17 del capítulo 1. Es como que estos dos versículos fueran “el tema”, y el resto de la carta “el sermón” (la explicación o prueba del tema). Estas dos doctrinas principales son:

          A. La salvación solamente por la fe (La justificación por fe).
          B. La salvación a todos los hombres, sin excepción.

A. La salvación solamente por la fe
El evangelio revela la “justicia de Dios”, la cual le es dada a todo aquel que cree en Jesucristo. El pecador obtiene esta justicia “por medio de la fe”, y no por guardar ninguna ley, ni por otra clase de obra alguna.

En la carta a los romanos, Pablo hace referencia a la justicia de Dios, ocho veces. Tres veces hace referencia a la justicia de Dios como atributos de El (Rom. 3:5, 25,26), y cinco veces, se refiere a la justicia que Dios “da” o “imputa” a todos aquellos que creen en su hijo (Rom: 1:17; 3:21,22; 10:3). Esta justicia otorgada por Dios es sin las obras de la ley (Rom. 3:28:4:1-8,23-25), no es de nosotros (Fil: 3:9), es un regalo de Dios (Rom. 5:17), y es recibida por la fe (Rom. 1:17; 9:30; 10:4; Gal. 2:15-21).

Es solo por la fe, que el injusto recibe la justicia perfecta de Dios, o sea, que se le otorga “La justicia de Dios”, y es en esta base, de la justicia, que le es dada o imputada, en la que descansa su justificación ante Dios, o dicho en otras palabras, que es puesto en buena relación con Dios y, recibe la justificación por la cual es declarado libre de culpa y de condenación.

Pero, que es justificación?
El significado bíblico de justificar, es declarar, aceptar y tratar al hombre como si fuera justo. Entonces, la Justificación, se podría decir, que es una “sentencia legal” o “declaración divina”, por medio de la cual, Dios considera al hombre libre de toda falta o culpabilidad y acepto a sus ojos. Como que el hombre es declarado haber cumplido con todos los requerimientos o requisitos legales necesarios para quedar en libertad, como si, por un lado, no fuera responsable penalmente, y por otro, merecedor de todos los privilegios debidos a todos aquellos que han guardado la ley.

En términos legales justificación, denota un acto judicial de la administración de justicia, declarando en este caso, un veredicto de absolución, y, por lo tanto, excluyendo toda posibilidad de condenación al acusado. Entonces, la justificación, en este sentido, establece la situación legal de la persona justificada.

Tratando de resumir, el hombre por naturaleza, es culpable de pecado, por lo tanto, falto de justicia en el más mínimo grado, y por ello, condenado a muerte. Por tanto, solo los hombres que llegan a tener la justicia perfecta de Dios, la cual le es dada o imputada, son justificados y libres de toda condenación.

Ahora bien, cual es el significado de Imputación?
Según el diccionario, Imputar, significa contar, acreditar, atribuir, etc., por lo que, podemos decir que imputar algo a una persona, sería como, poner ese algo a su cuenta, o contárselo entre las cosas que le pertenecen. Dicho de otro modo, si a alguna persona se le imputa algo, este algo pasa a ser legalmente suyo, le es contado como de su posesión.

Por otro lado, al referirnos al significado de imputar, debemos también tomar en cuenta que no importa quién es el que imputa tal cosa a alguna persona (hombre o Dios mismo), que no importa qué es imputado, si es una acción buena para recompensa, o una mala para castigo, y finalmente, no importa si lo imputado es algo que nos pertenecía antes de la imputación, como podemos ver cuando Pablo le pide a Filemón que una deuda que no era suya, le sea cargada a su cuenta (Filemón vers. 18). En todos estos casos entonces, la acción de imputar es simplemente cargarle algo a alguien, lo cual no cambia a nadie su naturaleza, solamente afecta su posición legal.

Entonces, cuando Dios decide “imputar pecado” a alguien, significa que Dios considera a esta persona como pecador y en consecuencia, es declarado culpable y merecedor de castigo. Del mismo modo, la no imputación de pecado, significaría simplemente, no cargar de pecado a esta persona, liberándola de cualquier castigo (Salmo 32:2).

Por último, de esta misma forma, cuando Dios decide “imputar justicia” a una persona, el significado es que Dios, judicialmente declara a tal persona como justo y merecedor de todas las recompensas a que toda persona justa es merecedora (Rom. 4:6-11).

La BASE de la Justificación.
Podemos decir entonces, por lo anteriormente expuesto, que la base de la justificación es: “La doble imputación de pecado y justicia, para Cristo y creyente”.

Primeramente, los pecados del creyente fueron imputados a Cristo, por eso Él sufrió y murió en la cruz (I Pedro 2:24; II Corintios 5:21). Cristo fue hecho legalmente responsable de los pecados del creyente, cumpliendo las demandas de la justicia, con lo cual, liberándole para siempre de la condena a la cual había sido castigado, la muerte.

Pero debemos de tener muy presente que, cuando los pecados del creyente le fueron imputados a Cristo, esta imputación no hizo a Cristo pecador, o mucho menos contamino su naturaleza, ni tampoco, en ningún modo, afecto su carácter. Dicho acto, sólo convirtió a Cristo en el responsable legal de tales pecados, ya que la imputación, como ya dijimos, no cambia a nadie su naturaleza, solamente afecta la posición legal de la persona.

En segundo lugar, la justicia de Cristo le es imputada al creyente. Recordemos que Cristo vivió una vida perfecta, guardando completamente la ley de Dios. Esta justicia personal de Cristo, le es entonces imputada al hombre pecador, que no es justo, al momento en que cree en Él. La justicia de Cristo le es dada al creyente, y Dios lo ve como si él mismo hubiera hecho todo lo bueno y justo que Cristo hizo. La obediencia de Cristo, sus méritos, su justicia personal, le es imputada, dada, al creyente.

Pero también demos de tomar en cuenta, que aunque al creyente le es otorgada la justicia de Cristo, en ningún modo cambia la naturaleza pecaminosa de dicho creyente, así como tampoco la imputación de pecado a Cristo, cambio su naturaleza divina. Al creyente solamente se ve afectada su posición legal ante Dios. El creyente seguirá siendo un pecador durante el tiempo que viva en este mundo.

continuara…

viernes, 16 de julio de 2010

Quién es sabio y entendido entre vosotros?

El hombre actualmente está cada día confiando mas en el conocimiento alcanzado por el mismo. La ciencia esta tan avanzada que llegan a decir que tarde o temprano nuestro fin llegará, y no el fin pronosticado por la Biblia, sino que el fin innegable que predice dicha ciencia, un fin que podría venir por varios medios, o por la suficiente evidencia tangible que se tiene que cada decena o cientos de millones de años, al menos un gran meteorito choca contra nuestro planeta, exterminando gran parte de la vida sobre este, etc.


Pero esta forma de pensar no es nueva, el apóstol Pablo ya hablaba de esto en su carta a los Romanos (1:18-22), en donde nos indica que los hombres “Profesando ser sabios, se hicieron necios”, “Pues Habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido”.

Santiago en su carta, hace esta pregunta retorica “¿Quién es sabio y entendido entre vosotros?” (3:13), y hace la pregunta no porque esté buscando al sabio y entendido, sino como sigue escribiendo, está afirmando que si alguien es sabio y entendido, esa persona mostrará su sabiduría mediante una vida recta, y mediante su mansedumbre sabia.

Para Santiago el sabio no es el sabelotodo, que siempre tiene una respuesta preparada de antemano para cada pregunta. El sabio es aquel que ha comprendido la naturaleza y el propósito del saber. Verdaderamente sabio es aquel que sabe para qué sabe, que sabe lo que sabe, y fundamentalmente, que sabe lo que ignora. El entendido, de la misma manera, no es aquel que tiene la capacidad de comprender todas las cosas, sino aquel que comprende la naturaleza y el propósito de las cosas y que, justamente por eso, tiene la capacidad de enseñarlas a otros.

Pero la “sabiduría” del hombre, la “sabiduría terrenal”, como dirá más adelante Santiago (3:14–16), produce celos amargos, contiendas, rivalidad, jactancia, miente en contra de la verdad, perturbación y gran variedad de prácticas perversas. En cambio, la “sabiduría” que viene “de lo alto” (3:17, 18), produce paz, pureza, benignidad, buenos frutos, imparcialidad y sinceridad, literalmente, sin hipocresía.

Un antiguo proverbio árabe dice: “No digas todo lo que sabes, no hagas todo lo que puedes, no creas todo lo que oyes, no gastes todo lo que tienes; porque el que dice todo lo que sabe, el que hace todo lo que puede, el que cree todo lo que oye, el que gasta todo lo que tiene, muchas veces dice lo que no conviene, hace lo que no debe, juzga lo que no ve, gasta lo que no puede”. Así también el apóstol Pablo recomendó a los corintios no confiar en la sabiduría de este mundo (1 Cor. 1:5, 17; 2:1–5), aunque sí afirmó que: “Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; pero una sabiduría, no de esta edad presente, ni de los príncipes de esta edad, que perecen. Más bien, hablamos la sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta que Dios predestinó desde antes de los siglos para nuestra gloria” (1 Cor. 2:6, 7).

Pablo y Santiago desprecian la sabiduría pretensiosa y jactanciosa del mundo, pero revalorizan la sabiduría de Dios, una sabiduría que el mundo no comprende, pero que es la que verdaderamente hace girar a este mundo.

La Palabra de Dios, la medicina para nuestra vida

La meta de la nueva vida en Cristo es que los hijos de Dios exhiban la “melodía y armonía” de Dios en su conducta de vida. Pero, ¿Qué melodía? Pues, la canción del Dios de justicia. Y ¿Qué armonía? Pues, la armonía entre la justicia de Dios y nuestra obediencia.

Únicamente andando en la maravillosa ley de Dios podemos estar seguros de nuestra adopción como hijos del Padre. La ley de Dios contiene en sí misma la dinámica de la nueva vida por medio de la cual Dios restaura Su imagen en nosotros; pero por naturaleza somos perezosos y negligentes, por lo cual necesitamos la ayuda y el estímulo de un principio que nos guíe en nuestros esfuerzos.

Ese estimulo debiera de ser el buscar la sabiduría que solo viene del conocimiento que tengamos de Dios y su palabra. Casi toda la suma de nuestra sabiduría o conocimiento, que de veras se deba tener por verdadera y sólida, consiste en dos puntos muy importantes a tener en cuenta: el conocimiento que el hombre debe tener de Dios y el conocimiento que debe tener de sí mismo.

Pero, como estos dos conocimientos están muy unidos y enlazados entre sí, no es cosa fácil distinguir cuál precede y origina al otro, pues en primer lugar, nadie se puede contemplar a sí mismo sin que al momento se sienta impulsado a la consideración de Dios, en el cual debiera vivir y moverse; porque nadie debiera de dudar que los dones, habilidades o bienes que poseamos no son en manera alguna nuestros, y aún más, el mismo ser que tenemos y lo que somos no consiste en otra cosa sino en subsistir y estar apoyados en Dios. Además, no olvidemos también que todo lo bueno que podamos poseer, es como gota a gota que descienden sobre nosotros del cielo, y que nos encaminan como arroyuelos a la fuente.

Por la misma caída y transgresión del hombre, nos obliga a levantar los ojos arriba, no solo para que como seres hambrientos pidamos de allí lo que nos haga falta, sino también para que, aprendamos humildad para poder, por lo menos, alcanzar algún conocimiento de Dios.

Así, por el sentimiento de nuestra ignorancia, vanidad, pobreza, enfermedad, egoísmos, envidias y finalmente perversidad y corrupción propia, reconocemos que en ninguna otra parte, sino en Dios, hay verdadera sabiduría, firme virtud, perfecta abundancia de todos los bienes y pureza de justicia para limpiar y sanar nuestras vidas.

Un sincero arrepentimiento de corazón no garantiza que no nos desviemos del camino recto, y es más, muchas veces nos encontraremos perdidos, perplejos y hasta desconcertados por nuestra propia naturaleza pecaminosa.

Busquemos pues, en la palabra de Dios, los principios fundamentales para sanar, reforzar y encauzar nuestras vidas hacia la fuente de toda vida, Dios.